Este año sí. Cuántas veces se habrá engañado la
parroquia rojiblanca con estas palabras de autoayuda que, año tras año, el
viento ha arrastrado como hojas secas en otoño. Una afición entrañable a la par
que impertinente, que vive ahogada en su complejo de perdedor y en sus recuerdos,
como ese doblete, que, de tanto mentarlo, se ha desgastado como la suela de un
zapato. En los últimos años se han ganado títulos menores, celebrados de forma
multitudinaria. Esto y la dinastía culé han sido suficientes para apaciguar el
sentimiento de pupas, que en las dos últimas décadas se ha acentuado, deportiva
e institucionalmente.
La vuelta del glorioso empezó a fraguarse con Aguirre. El
mexicano forjó un equipo sólido y rocoso, que disparaba con fuego valyrio (Kun y Forlán). Fue el que volvió a meter a los rojiblancos entre los primeros
de la clase (Champions), pero la afición no tuvo paciencia, quisieron quemar
etapas demasiado rápido y se cargaron un gran proyecto. Aguirre fue destituido.
Con Quique no se hizo mala faena, hubo altibajos pero se volvió a ganar un
título y ambos quedaron conformes.
Durante este trayecto hay que destacar la buena política de
fichajes, algo parecido a lo que sucedió en Sevilla durante años. Cada vez que
un buen delantero se ha ido, ha llegado uno que ha hecho olvidar al anterior.
Torres, Forlán, Agüero, Falcao y Diego Costa, con el que creo que se ha tocado
techo. Los grandes delanteros estaban ahí, pero faltaba algo más. El resto de
jugadores no daban la talla, algunos por falta de calidad, otros por falta de
mentalidad, muchos por ambos motivos.
Los altibajos continuaron con la llegada de Manzano, un
entrenador trampa, con don de palabra y buena prensa pero que sumió en el
pesimismo a los colchoneros, una vez más. El paso al frente seguía sin llegar.
Manzano fue destituido y ahí apareció, para revertir la situación, la persona
que encarna eso que Sabina llama “un sentimiento que no se puede explicar”. Y no me refiero sólo
al espíritu atlético. Es muy poético eso de “alguien de la casa”, vende muchos
periódicos y alimenta muchas tertulias deportivas. Enfatizo en este tema porque
conocer la casa ayuda, sobre todo en la comunión con la afición, pero ser o no
ser de la casa no te hace mejor o peor entrenador, véase Abel Resino.
Al ser atlético de corazón, el mensaje del Cholo ha calado
mucho más en una afición que ha encontrado la horma de su zapato, ese zapato
desgastado cuya suela ahora no tiene fin. Los
resultados de Simeone en el Atleti no son por su condición de rojiblanco, son
porque es un grandísimo entrenador, y tendrá éxito allá donde vaya.

El año pasado se atisbaba que el Atleti podía estar ahí,
pero la poca profundidad de la plantilla les impidió seguir el ritmo frenético
que imponían los dos poderosos al otro lado del muro, durante los meses de
miércoles-domingo. Este año, Madrid y Barsa han bajado algo el ritmo y los
guardianes de la noche no han descansado. Simeone ha demostrado una enorme
capacidad táctica, a lo que ha sumado todo eso que ya tenía de jugador y que ha
contagiado a los miembros de la familia. Hablo de raza, intensidad, agresividad,
honor, lealtad. Con eso y con el talento de 2 jugadores superlativos se ha
forjado un equipo familiar y temible a la vez, con alma de cártel de Tijuana.
Es muy difícil particularizar con la temporada que están haciendo todos. La
magia de Arda Turan, Filipe Luis, Raúl García, Gabi, Mario Suárez, Koke, Tiago, Juanfran, Miranda, Godín, todos a un
nivel excelso. Pero hay dos pilares sobre los que se sustenta este equipo
inolvidable que ha reventado la barrera con los grandes a cabezazos, son
Courtois y Diego Costa.
El belga es ya el mejor portero del mundo y si las aguas
siguen su cauce, será de los mejores de la historia. Lo de Diego Costa merece
un capítulo aparte en mi blog y no un capítulo cualquiera, un capítulo
reservado para cuando brote la inspiración que Diego merece, inspiración que
tengo seca como las hojas otoñales que arrastraba el viento hacia la desolación del paseo de los melancólicos, llenando la ribera del Manzanares de lágrimas, otrora de desolación, hoy de plena felicidad
por ver al Atleti, un sentimiento que no se puede explicar, en la élite europea.

Que Bayern, Madrid y Barsa se aprieten los machos,
el cártel Simeone anda suelto y no cejarán en su empeño hasta que su Atleti culmine la vuelta a la gloria con un título de los que valen, de los de equipo grande. Neptuno aguarda con el ceño fruncido, su tridente afilado, sin relajar un solo músculo, echando humo por la
cabeza y sangrando por los ojos.