Agosto llegando a su ocaso y culebrones de verano como
redundante escenario, jugadores que llegan y se van, después de llevar todo el
verano copando las portadas de los rotativos amarillistas deportivos. Este año
ha sido el culebrón Di María. La margarita dijo no y se fue entre pulgares
hacia arriba y pulgares hacia abajo, mientras, ajeno al estereotipo de
futbolista, Xabi Alonso ha vuelto a demostrar que poco o nada tiene que ver con
todo lo que rodea al fútbol.
Este donostiarra de linaje, en su infancia, sentado sobre un
Tango Rosario con las costuras descosidas, miraba al horizonte del pájaro azul
en La Concha, soñando que, algún día, su cabellera cobriza se cubriría de barro
en los inviernos de Atocha, campo ochentero por antonomasia. Y así fue. Con sólo
18 primaveras Xabi debutó en la Real Sociedad de San Sebastián, ciudad en la
que la gente mira a los ojos, aprieta fuerte cuando dan la mano y llama a las
cosas por su nombre. Ciudad tan bella por dentro como por fuera.
Después de unos años fogueándose en la primera plantilla,
Xabi se hizo el líder del conjunto txuri urdin, a los que a punto estuvo de
guiar hasta el campeonato liguero, en un subcampeonato que todavía hoy le hace
sangrar. Su golpeo exquisito y liderazgo no habían pasado desapercibidos para
los grandes de Europa. Mucho se habló de un posible traspaso al Real Madrid
pero aún no había llegado el día de mudarse al barrio de la alegría, y el
surtidor de Kovacevic y Nihat, partía rumbo al Cavern Club, a lomos de su yegüa
sombría, con un paragüas en el hatillo.
A Liverpool llegó con aspecto de joven castor, ataviado con
levi´s y reebok classic, con ganas de empaparse de los valores de la Union
Jack. El fútbol vasco es muy british pero aquí los árbitros no permiten que los
equipos del norte terminen de explotar la ventaja competitiva que les otorga el
RH. De este modo maduró el imberbe estilista, a base de choques y peleas por
balones divididos. Mientras el diamante se pulía, y su barba se cerraba, le dio
tiempo a ganar una Copa de Europa, en 2005, en la remontada más épica del
fútbol moderno, y a jugar otra final de Champions. Curtido en mil batallas,
bajo la lluvia industrial de Liverpool, el Beatle que llegó con timidez al
escenario, salió de la fábrica convertido en un Rolling Stone de etiqueta negra
a lomos de un pura sangre.
2009, el Real Madrid, en plena reconstrucción, luchaba con
medidas anticíclicas –a base de talonario- ante el albor de la dinastía culé
que les trajo su mesías. Para ello, Florentino Pérez regresó con su esmoquin de
monopoly pero sin bigote, formando una orquesta de cromos. Entre ellos, Xabi
Alonso, que venía para ejercer de lo que ya era, un todocampista. En su primer
año, más sombras que luces. El año de Alonso fue bueno pero el equipo fracasó
una vez más. Apeados a las primeras de cambio en Copa del Rey y Champions y
lejos del Barcelona en Liga. Ese año Xabi fue campeón del mundo con España,
formando una dupla colosal con Busquets.
Tras el mundial, el hombre del traje gris aterrizó en la
posada del fracaso, para devolver, después de 8 años sin primavera, el mes de abril a la casa blanca. La conexión con Mourinho fue plena desde el
primer momento. El Madrid volvió a estar
entre los mejores de Europa y empezó a engrasar la máquina para lo que vendría
en el año Mou 2.0, el año en el que se vio el fútbol más explosivo que se haya
visto jamás. Xabi lo definió como Rock and Roll y el copyright es suyo. Yo
denomino ese año de fútbol como una película de Scorsese cuya producción duró 9
meses de pura intensidad y la claqueta en manos de una barba cobriza. Xabi
decía que Pim Pam Pum y que pasen cosas. El guipuchi se erigió en la pieza
imprescindible de este engranaje y se coronó como el centrocampista más
completo de la historia, siendo el mejor stopper a la par que el mejor creador.
Capaz de parar el juego del Barcelona de Guardiola a base de tesón,
inteligencia y, por qué no decirlo, cojones. Capaz de nutrir a un depredador con
un hambre voraz, por aquel entonces. El
Madrid batió el récord de puntos y goles en liga, fue robado descaradamente en
la copa del Rey y la diosa fortuna les apeó de la final de Champions en una
fatídica y cruel tanda de penalties.
El año pasado, cerró el círculo con la consecución de la
ansiada “Décima”, tras 12 años de sequía blanca en Europa, realizando una
eliminatoria memorable contra el favoritísimo Bayern. En la final no pudo jugar
por sanción, pero nunca olvidaremos su sprint desde la grada en el gol de Bale,
y decían que era lento!!!

Esto en el campo, porque fuera de él Xabi es aún mejor. Como
decía en las primeras líneas, un futbolista anómalo. Una persona familiar y
discreta, sin vanidades, formada en todos los ámbitos culturales, un grandísimo
compañero y amigo. Cerrcano, sin dobleces, pero con ese hermetismo de tipo del
norte, que tarda en dar un paso pero cuando lo da es con firmeza y para no
retroceder. Ese carácter es el que le ha dado la solera para ser el timón en
todos sus equipos.
El chaval que soñaba en la concha, se convirtió en lord
británico y terminó siendo madrileño castizo. Nadie como él ha entendido la
cultura de club. Cuando nos hemos
enterado de su marcha, nos ha dejado el corazón arrugado, como cuando Pereza se
separó o algún personaje carismático de ficción muere en una serie y deja un
vacío irremplazable. Con su marcha, el Madrid pierde mucho o casi todo de ese señorío del que tanto alardean, pero sus Adidas Copa Mundial -que el tío tiene clase hasta para eso- seguirán dando magisterio allá donde vaya, regando los campos de caviar y etiqueta con su fútbol gran reserva. Su legado es muy grande, no sólo futbolístico. La palabra
Honor en el fútbol cobra sentido por Xabi Alonso.
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