Tan sólo 24 horas después de que el delirio se apoderase de
la Monumental de México, me siento a escribir sobre algo indescriptible.. La
avinagrada misión de plasmar en cuatro líneas, mal trazadas, la imperfección
del arte. Porque así es Morante, un torero imperfecto, irregular, impredecible.
No sigue patrones, capaz de irritar y emocionar a partes iguales. Ayer tocaba peregrinaje a tierras aztecas.
Tras 5 años de ausencia, volvía a la México el Morante más
lúgubre y taciturno. Se dice que una vez sonrió, yo no lo recuerdo. Dos toros muy flojitos, anovillados, esperaban para lidiar, por bulerías, con el mayor artista
que ha dado la más trágica de las artes.
Su primero no tuvo condición. Morante, muy en Morante,
abrevió. No sale al ruedo a ganarse el sueldo, no sale a cumplir con
el aficionado que paga su entrada. Morante es mucho más o mucho menos que eso.
Bronca de rigor.
Entonces salió su segundo, quinto de la tarde. Nos quedamos sin ver la verónica de Morante.
Otro novillote sin fuerza, lejos de la armonía y movilidad del toro mexicano.
Sin apenas picar, llegó al último tercio y la tristeza de Morante contagiaba al
apesadumbrado respetable. Comenzaba a doblarse el de la Puebla para ir
abreviando. Entonces, sumido en la
catástrofe, ahogado por su inherente bipolaridad, surgió de la nada un natural.
A ese natural siguió otro, y otro y otro más… Uno por aquí, otro por allá,
retazos de arte que no siguen patrón alguno. No hubo un muletazo igual a otro,
no hubo una sola tanda de manual. Se abandonó al toreo y la faena alcanzó cotas
infinitas. Cuando Morante riega el ruedo de sevillanía nada atiende a razones,
todo es fruto de la inspiración divina. Morante es el cisne negro, es un quejío
de Camarón, un esbozo picassiano, es todas las artes en una. Todo ello, con su
sello melancólico que contrasta con la pasión de las 40.000 almas evangelizadas, que jadeaban
“torero, torero…”,al unísono, mientras los charros volaban ornamentando el
delirante escenario.
Naturales, derechazos, un pase de pecho del que todavía está
saliendo el toro, el éxtasis. Dos cambios de mano que representan la catarsis
del toreo artista. Con ese paladeo añejo de Morante, cuando encaja el mentón en
su pecho.
Los alamares tienen un brillo especial en su figura. Podría
estar otras 24 horas buscando calificativos y no encontraría el adecuado, porque
no existen calificativos para algo, tan imperfecto, que supera la perfección.
Cuando un torero salta al ruedo, intenta darle importancia a
la liturgia. Morante es todo lo contrario, no le da importancia, la importancia
viene a él. Según sus propias palabras “se comunicó con “Chatote”, para luego
desorejarle., aunque eso es lo de menos para alguien como él. La México vio
sonreír a Morante en su peregrinaje, eso no tiene precio.
Gracias Morante!