lunes, 1 de septiembre de 2014

Like a Rolling Stone




Agosto llegando a su ocaso y culebrones de verano como redundante escenario, jugadores que llegan y se van, después de llevar todo el verano copando las portadas de los rotativos amarillistas deportivos. Este año ha sido el culebrón Di María. La margarita dijo no y se fue entre pulgares hacia arriba y pulgares hacia abajo, mientras, ajeno al estereotipo de futbolista, Xabi Alonso ha vuelto a demostrar que poco o nada tiene que ver con todo lo que rodea al fútbol.

Este donostiarra de linaje, en su infancia, sentado sobre un Tango Rosario con las costuras descosidas, miraba al horizonte del pájaro azul en La Concha, soñando que, algún día, su cabellera cobriza se cubriría de barro en los inviernos de Atocha, campo ochentero por antonomasia. Y así fue. Con sólo 18 primaveras Xabi debutó en la Real Sociedad de San Sebastián, ciudad en la que la gente mira a los ojos, aprieta fuerte cuando dan la mano y llama a las cosas por su nombre. Ciudad tan bella por dentro como por fuera.

Después de unos años fogueándose en la primera plantilla, Xabi se hizo el líder del conjunto txuri urdin, a los que a punto estuvo de guiar hasta el campeonato liguero, en un subcampeonato que todavía hoy le hace sangrar. Su golpeo exquisito y liderazgo no habían pasado desapercibidos para los grandes de Europa. Mucho se habló de un posible traspaso al Real Madrid pero aún no había llegado el día de mudarse al barrio de la alegría, y el surtidor de Kovacevic y Nihat, partía rumbo al Cavern Club, a lomos de su yegüa sombría, con un paragüas en el hatillo.

A Liverpool llegó con aspecto de joven castor, ataviado con levi´s y reebok classic, con ganas de empaparse de los valores de la Union Jack. El fútbol vasco es muy british pero aquí los árbitros no permiten que los equipos del norte terminen de explotar la ventaja competitiva que les otorga el RH. De este modo maduró el imberbe estilista, a base de choques y peleas por balones divididos. Mientras el diamante se pulía, y su barba se cerraba, le dio tiempo a ganar una Copa de Europa, en 2005, en la remontada más épica del fútbol moderno, y a jugar otra final de Champions. Curtido en mil batallas, bajo la lluvia industrial de Liverpool, el Beatle que llegó con timidez al escenario, salió de la fábrica convertido en un Rolling Stone de etiqueta negra a lomos de un pura sangre.

2009, el Real Madrid, en plena reconstrucción, luchaba con medidas anticíclicas –a base de talonario- ante el albor de la dinastía culé que les trajo su mesías. Para ello, Florentino Pérez regresó con su esmoquin de monopoly pero sin bigote, formando una orquesta de cromos. Entre ellos, Xabi Alonso, que venía para ejercer de lo que ya era, un todocampista. En su primer año, más sombras que luces. El año de Alonso fue bueno pero el equipo fracasó una vez más. Apeados a las primeras de cambio en Copa del Rey y Champions y lejos del Barcelona en Liga. Ese año Xabi fue campeón del mundo con España, formando una dupla colosal con Busquets.

Tras el mundial, el hombre del traje gris aterrizó en la posada del fracaso, para devolver, después de 8 años sin primavera, el mes de abril a la casa blanca. La conexión con Mourinho fue plena desde el primer momento. El Madrid volvió a estar entre los mejores de Europa y empezó a engrasar la máquina para lo que vendría en el año Mou 2.0, el año en el que se vio el fútbol más explosivo que se haya visto jamás. Xabi lo definió como Rock and Roll y el copyright es suyo. Yo denomino ese año de fútbol como una película de Scorsese cuya producción duró 9 meses de pura intensidad y la claqueta en manos de una barba cobriza. Xabi decía que Pim Pam Pum y que pasen cosas. El guipuchi se erigió en la pieza imprescindible de este engranaje y se coronó como el centrocampista más completo de la historia, siendo el mejor stopper a la par que el mejor creador. Capaz de parar el juego del Barcelona de Guardiola a base de tesón, inteligencia y, por qué no decirlo, cojones. Capaz de nutrir a un depredador con un hambre voraz, por aquel entonces.  El Madrid batió el récord de puntos y goles en liga, fue robado descaradamente en la copa del Rey y la diosa fortuna les apeó de la final de Champions en una fatídica y cruel tanda de penalties.

El año pasado, cerró el círculo con la consecución de la ansiada “Décima”, tras 12 años de sequía blanca en Europa, realizando una eliminatoria memorable contra el favoritísimo Bayern. En la final no pudo jugar por sanción, pero nunca olvidaremos su sprint desde la grada en el gol de Bale, y decían que era lento!!!

Han sido gloriosos sus años como merengue. Un auténtico camaleón en el campo. Superclase con el balón, Hannibal Lecter sin él. A Xabi lo imaginamos en el papel de galán de Madison Avenue, a lo Don Draper, o ese dandy millonario que Woody Allen expone en sus escenarios más elitistas, rodeado de jardines y su Scarlett Johansson de turno. Pero también lo imaginamos como el mercenario irlandés que luchó junto a William Wallace. Porque Xabi es la kokotxa y el chuletón de buey, es la alfombra verde de Hyde Park y el barrizal mas fangoso de la trinchera, según disponga la batalla. Un líder, capitán sin brazalete, porque él prefiere quedar fuera del foco.

Esto en el campo, porque fuera de él Xabi es aún mejor. Como decía en las primeras líneas, un futbolista anómalo. Una persona familiar y discreta, sin vanidades, formada en todos los ámbitos culturales, un grandísimo compañero y amigo. Cerrcano, sin dobleces, pero con ese hermetismo de tipo del norte, que tarda en dar un paso pero cuando lo da es con firmeza y para no retroceder. Ese carácter es el que le ha dado la solera para ser el timón en todos sus equipos.


El chaval que soñaba en la concha, se convirtió en lord británico y terminó siendo madrileño castizo. Nadie como él ha entendido la cultura de club.  Cuando nos hemos enterado de su marcha, nos ha dejado el corazón arrugado, como cuando Pereza se separó o algún personaje carismático de ficción muere en una serie y deja un vacío irremplazable. Con su marcha, el Madrid pierde mucho o casi todo de ese señorío del que tanto alardean, pero sus Adidas Copa Mundial -que el tío tiene clase hasta para eso- seguirán dando magisterio allá donde vaya, regando los campos de caviar y etiqueta con su fútbol gran reserva. Su legado es muy grande, no sólo futbolístico. La palabra Honor en el fútbol cobra sentido por Xabi Alonso.

miércoles, 2 de abril de 2014

El cártel Simeone



Este año sí. Cuántas veces se habrá engañado la parroquia rojiblanca con estas palabras de autoayuda que, año tras año, el viento ha arrastrado como hojas secas en otoño. Una afición entrañable a la par que impertinente, que vive ahogada en su complejo de perdedor y en sus recuerdos, como ese doblete, que, de tanto mentarlo, se ha desgastado como la suela de un zapato. En los últimos años se han ganado títulos menores, celebrados de forma multitudinaria. Esto y la dinastía culé han sido suficientes para apaciguar el sentimiento de pupas, que en las dos últimas décadas se ha acentuado, deportiva e institucionalmente. 

La vuelta del glorioso empezó a fraguarse con Aguirre. El mexicano forjó un equipo sólido y rocoso, que disparaba con fuego valyrio (Kun y Forlán). Fue el que volvió a meter a los rojiblancos entre los primeros de la clase (Champions), pero la afición no tuvo paciencia, quisieron quemar etapas demasiado rápido y se cargaron un gran proyecto. Aguirre fue destituido. Con Quique no se hizo mala faena, hubo altibajos pero se volvió a ganar un título y ambos quedaron conformes.

Durante este trayecto hay que destacar la buena política de fichajes, algo parecido a lo que sucedió en Sevilla durante años. Cada vez que un buen delantero se ha ido, ha llegado uno que ha hecho olvidar al anterior. Torres, Forlán, Agüero, Falcao y Diego Costa, con el que creo que se ha tocado techo. Los grandes delanteros estaban ahí, pero faltaba algo más. El resto de jugadores no daban la talla, algunos por falta de calidad, otros por falta de mentalidad, muchos por ambos motivos.

Los altibajos continuaron con la llegada de Manzano, un entrenador trampa, con don de palabra y buena prensa pero que sumió en el pesimismo a los colchoneros, una vez más. El paso al frente seguía sin llegar. Manzano fue destituido y ahí apareció, para revertir la situación, la persona que encarna eso que Sabina llama “un sentimiento que no se puede explicar”. Y no me refiero sólo al espíritu atlético. Es muy poético eso de “alguien de la casa”, vende muchos periódicos y alimenta muchas tertulias deportivas. Enfatizo en este tema porque conocer la casa ayuda, sobre todo en la comunión con la afición, pero ser o no ser de la casa no te hace mejor o peor entrenador, véase Abel Resino.

Al ser atlético de corazón, el mensaje del Cholo ha calado mucho más en una afición que ha encontrado la horma de su zapato, ese zapato desgastado cuya suela ahora no tiene fin. Los resultados de Simeone en el Atleti no son por su condición de rojiblanco, son porque es un grandísimo entrenador, y tendrá éxito allá donde vaya.

Cuando el argentino llegó pocos apostaban por él, yo mismo era de los que se mofaba de ese amigo atlético que todos tenemos. Cogió un equipo roto y a base de mucho trabajo ha devuelto al equipo a la élite en un par de años. Detrás de ese trabajo hay un sentimiento corporativo de todos, algo parecido a lo que inculca Mourinho en sus equipos. El grupo es algo indivisible, las piezas suman un todo y el que no reme en la misma dirección no cabe en la barca (caso Adrián, el niño de pijama de rayas). Los buenos entrenadores son los que hacen mejores a los jugadores, y el cholo lo hace, lo hace con el que quiere trabajar y con el que sigue su doctrina, que ya es catecismo, el partido a partido.


El año pasado se atisbaba que el Atleti podía estar ahí, pero la poca profundidad de la plantilla les impidió seguir el ritmo frenético que imponían los dos poderosos al otro lado del muro, durante los meses de miércoles-domingo. Este año, Madrid y Barsa han bajado algo el ritmo y los guardianes de la noche no han descansado. Simeone ha demostrado una enorme capacidad táctica, a lo que ha sumado todo eso que ya tenía de jugador y que ha contagiado a los miembros de la familia. Hablo de raza, intensidad, agresividad, honor, lealtad. Con eso y con el talento de 2 jugadores superlativos se ha forjado un equipo familiar y temible a la vez, con alma de cártel de Tijuana. Es muy difícil particularizar con la temporada que están haciendo todos. La magia de Arda Turan, Filipe Luis, Raúl García, Gabi, Mario Suárez, Koke,  Tiago, Juanfran, Miranda, Godín, todos a un nivel excelso. Pero hay dos pilares sobre los que se sustenta este equipo inolvidable que ha reventado la barrera con los grandes a cabezazos, son Courtois y Diego Costa.
El belga es ya el mejor portero del mundo y si las aguas siguen su cauce, será de los mejores de la historia. Lo de Diego Costa merece un capítulo aparte en mi blog y no un capítulo cualquiera, un capítulo reservado para cuando brote la inspiración que Diego merece, inspiración que tengo seca como las hojas otoñales que arrastraba el viento hacia la desolación del paseo de los melancólicos, llenando la ribera del Manzanares de lágrimas, otrora de desolación, hoy de plena felicidad por ver al Atleti, un sentimiento que no se puede explicar, en la élite europea.

En mes y medio pueden pasar muchas cosas y es muy probable que este Atleti se vaya de vacío, en lo que a títulos se refiere, pero se irá de vacío dejando plenos de gratitud y orgullo a cada uno de los atléticos y a muchos de los aficionados de otros equipos que admiramos este fútbol visceral y añejo que propone el capo del cártel, fútbol sin espinilleras, de pantalón ceñido y medias bajadas, fútbol de barrio y de barro, fútbol de sangre, trinchera y balones mikasa, lejos del fúbol sala cursi con balón grande y césped cuasi artificial, más cercano al aficionado al golf, padel y puro de sobremesa de domingo que nos quieren vender desde las esferas dominantes de la camorra periodística


Que Bayern, Madrid y Barsa se aprieten los machos, el cártel Simeone anda suelto y no cejarán en su empeño hasta que su Atleti culmine la vuelta a la gloria con un título de los que valen, de los de equipo grande. Neptuno aguarda con el ceño fruncido, su tridente afilado, sin relajar un solo músculo, echando humo por la cabeza y sangrando por los ojos.