Verano de 1995. El mundo en general, y España en particular,
vivía en el Mesozoico de la comunicación. Intentar explicar twitter a un crío
de aquella generación -la mía- sería un escenario similar al que se encuentra
Marty McFly volando en patinete. El sofoco estival se combatía con agua de mar
o piscina, con un denominador común, el primero en tener el Marca en sus manos
era el capo del lugar. Porque la vida tenía esas pequeñas grandes emociones.
Ver una portada de Marca de Luis Infante Bravo o abrir un paquete de cromos era
una sensación veraniega inenarrable.
El verano al que hago referencia, 1995, Valdano comenzaba su
segunda temporada en el club de Concha Espina y las portadas de Marca apuntaban
a un espigado argentino de largo recorrido que podría ocupar varias posiciones,
aunque destacaba como carrilero. La directiva y Valdano, todo un lumbreras en
materia de fichajes, decidieron fichar a Freddy Rincón y Juan Eduardo Esnáider,
desestimando al espigado argentino. Ese argentino era Javier Zanetti, que vio
truncado su sueño de vestir de blanco para terminar recalando en el Inter de
Milán.
El Inter, un club sesentero en decadencia absoluta, fichaba
con Zanetti al jugador más importante de toda su historia. No el mejor, pero sí
el más importante. En sus primeros años, Zanetti comenzó a dar muestras de su
potencial. Aunaba la sobriedad táctica de un lateral italiano en defensa y la
capacidad ofensiva de un lateral brasileño en ataque. Sus condiciones físicas
aún le hacen ser un lateral moderno, imagínense el impacto que supuso en los 90.
Pese a su gran rendimiento, el palmarés de Javier en su primera década en el fútbol europeo no fue muy copioso. Una copa de la UEFA (1998) con el Inter y una plata en los
JJOO de 1996 con Argentina fue su lacónico bagaje. En la albiceleste también ha
hecho historia –récord de internacionalidades- pero le quedará la espina de no
ser convocado en los mundiales de 2006 y 2010, mundiales en los que a los
argentinos les faltó mucho de eso que aporta Zanetti: Compañerismo, liderazgo,
pundonor, raza. Este errante trayecto no hizo desistir al argentino, que seguía
esparciendo la simiente. Con trabajo y paciencia llegaría la hora de cosechar.
2005 es el punto de partida. Una copa y una supercopa
interista y el Calciopoli –caso de corrupción que salpicó a equipos como
Fiorentina, AC Milan y, sobre todo, Juventus- dieron el pistoletazo a una nueva
dinastía del Inter, una de las más prolíficas en la historia de la squadra
nerazurra. 5 ligas, 4 copas, 4 supercopas, 1 Champions League y un mundialito
de clubes en 5 años. Especialmente placentera fue la temporada que cerró el
círculo, la 2009-2010, año en que el Inter, de la mano de José Mourinho,
consiguió alzar Liga, Copa y Champions en lo que fue la mejor temporada de su
historia. En la etapa del portugués, Zanetti fue el comodín del equipo, siendo utilizado
en múltiples posiciones, debido a su polivalencia.
Y es que Zanetti, para los entrenadores, es el yerno
perfecto en el terreno de juego. Es el chico que comenzó repartiendo periódicos, en bicicleta, para ganar unos dólares, que se ha convertido en ese padre de
familia, que lleva a los niños al cole y les recoge después de trabajar, riega
el jardín, pasea a los perros y prepara la barbacoa del domingo mientras sube
al tejado a arreglar la antena. El chico de los recados de los comienzos supo
esperar su momento y, ahora, es el padre sobre el que se sustenta la familia
interista. Recuerdo una entrevista en la que Sergio Scariolo, fiel seguidor
neroazurro, contaba como su hijo quería poner Eto´o o Sneijder a la camiseta
del Inter pero él le obligó a serigrafiarla con el 4 de Zanetti mientras le decía “cuando
seas mayor, lo entenderás”.
La marcha de Mourinho trajo consigo la debacle.
Desde entonces, el Inter vive en depresión permanente, hasta el punto de quedar
fuera de Europa para la temporada que viene. A lo que hay que sumar la peor de
las noticias, la grave lesión del capitán en el tendón de Aquiles. Mucho eco ha
tenido la posibilidad de su retirada pero los que seguimos y admiramos a
Zanetti sabemos que seguirá dándole la vuelta a su inagotable reloj de arena,
una y otra vez, y el cuadro, en el que su rostro va envejeciendo, seguirá escondido
en el lúgubre desván, detrás de un espejo decrépito lleno de telarañas. Dentro de 5
meses, Zanetti cumplirá 40 años, espero que entonces la lesión no haya sido más
que otro obstáculo en el camino del chico que repartía periódicos y continúe,
al menos, una temporada más siendo nuestro Dorian Gray particular. Porque la
lealtad de estos jugadores son los cimientos sobre los que se construyen los
grandes equipos y a los nostálgicos, además, nos evocan a ese Mesozoico de la comunicación,
a ese fútbol de barrio y de cromos, a esos Del Piero, Raúl, Giggs… Porque este
Inter, cerrado por derribo, exige un corazón inquebrantable, sin arrugas, como
el de este viejo Peter Pan, preparato per tutto, que diría su alma mater en los banquillos.