miércoles, 2 de abril de 2014

El cártel Simeone



Este año sí. Cuántas veces se habrá engañado la parroquia rojiblanca con estas palabras de autoayuda que, año tras año, el viento ha arrastrado como hojas secas en otoño. Una afición entrañable a la par que impertinente, que vive ahogada en su complejo de perdedor y en sus recuerdos, como ese doblete, que, de tanto mentarlo, se ha desgastado como la suela de un zapato. En los últimos años se han ganado títulos menores, celebrados de forma multitudinaria. Esto y la dinastía culé han sido suficientes para apaciguar el sentimiento de pupas, que en las dos últimas décadas se ha acentuado, deportiva e institucionalmente. 

La vuelta del glorioso empezó a fraguarse con Aguirre. El mexicano forjó un equipo sólido y rocoso, que disparaba con fuego valyrio (Kun y Forlán). Fue el que volvió a meter a los rojiblancos entre los primeros de la clase (Champions), pero la afición no tuvo paciencia, quisieron quemar etapas demasiado rápido y se cargaron un gran proyecto. Aguirre fue destituido. Con Quique no se hizo mala faena, hubo altibajos pero se volvió a ganar un título y ambos quedaron conformes.

Durante este trayecto hay que destacar la buena política de fichajes, algo parecido a lo que sucedió en Sevilla durante años. Cada vez que un buen delantero se ha ido, ha llegado uno que ha hecho olvidar al anterior. Torres, Forlán, Agüero, Falcao y Diego Costa, con el que creo que se ha tocado techo. Los grandes delanteros estaban ahí, pero faltaba algo más. El resto de jugadores no daban la talla, algunos por falta de calidad, otros por falta de mentalidad, muchos por ambos motivos.

Los altibajos continuaron con la llegada de Manzano, un entrenador trampa, con don de palabra y buena prensa pero que sumió en el pesimismo a los colchoneros, una vez más. El paso al frente seguía sin llegar. Manzano fue destituido y ahí apareció, para revertir la situación, la persona que encarna eso que Sabina llama “un sentimiento que no se puede explicar”. Y no me refiero sólo al espíritu atlético. Es muy poético eso de “alguien de la casa”, vende muchos periódicos y alimenta muchas tertulias deportivas. Enfatizo en este tema porque conocer la casa ayuda, sobre todo en la comunión con la afición, pero ser o no ser de la casa no te hace mejor o peor entrenador, véase Abel Resino.

Al ser atlético de corazón, el mensaje del Cholo ha calado mucho más en una afición que ha encontrado la horma de su zapato, ese zapato desgastado cuya suela ahora no tiene fin. Los resultados de Simeone en el Atleti no son por su condición de rojiblanco, son porque es un grandísimo entrenador, y tendrá éxito allá donde vaya.

Cuando el argentino llegó pocos apostaban por él, yo mismo era de los que se mofaba de ese amigo atlético que todos tenemos. Cogió un equipo roto y a base de mucho trabajo ha devuelto al equipo a la élite en un par de años. Detrás de ese trabajo hay un sentimiento corporativo de todos, algo parecido a lo que inculca Mourinho en sus equipos. El grupo es algo indivisible, las piezas suman un todo y el que no reme en la misma dirección no cabe en la barca (caso Adrián, el niño de pijama de rayas). Los buenos entrenadores son los que hacen mejores a los jugadores, y el cholo lo hace, lo hace con el que quiere trabajar y con el que sigue su doctrina, que ya es catecismo, el partido a partido.


El año pasado se atisbaba que el Atleti podía estar ahí, pero la poca profundidad de la plantilla les impidió seguir el ritmo frenético que imponían los dos poderosos al otro lado del muro, durante los meses de miércoles-domingo. Este año, Madrid y Barsa han bajado algo el ritmo y los guardianes de la noche no han descansado. Simeone ha demostrado una enorme capacidad táctica, a lo que ha sumado todo eso que ya tenía de jugador y que ha contagiado a los miembros de la familia. Hablo de raza, intensidad, agresividad, honor, lealtad. Con eso y con el talento de 2 jugadores superlativos se ha forjado un equipo familiar y temible a la vez, con alma de cártel de Tijuana. Es muy difícil particularizar con la temporada que están haciendo todos. La magia de Arda Turan, Filipe Luis, Raúl García, Gabi, Mario Suárez, Koke,  Tiago, Juanfran, Miranda, Godín, todos a un nivel excelso. Pero hay dos pilares sobre los que se sustenta este equipo inolvidable que ha reventado la barrera con los grandes a cabezazos, son Courtois y Diego Costa.
El belga es ya el mejor portero del mundo y si las aguas siguen su cauce, será de los mejores de la historia. Lo de Diego Costa merece un capítulo aparte en mi blog y no un capítulo cualquiera, un capítulo reservado para cuando brote la inspiración que Diego merece, inspiración que tengo seca como las hojas otoñales que arrastraba el viento hacia la desolación del paseo de los melancólicos, llenando la ribera del Manzanares de lágrimas, otrora de desolación, hoy de plena felicidad por ver al Atleti, un sentimiento que no se puede explicar, en la élite europea.

En mes y medio pueden pasar muchas cosas y es muy probable que este Atleti se vaya de vacío, en lo que a títulos se refiere, pero se irá de vacío dejando plenos de gratitud y orgullo a cada uno de los atléticos y a muchos de los aficionados de otros equipos que admiramos este fútbol visceral y añejo que propone el capo del cártel, fútbol sin espinilleras, de pantalón ceñido y medias bajadas, fútbol de barrio y de barro, fútbol de sangre, trinchera y balones mikasa, lejos del fúbol sala cursi con balón grande y césped cuasi artificial, más cercano al aficionado al golf, padel y puro de sobremesa de domingo que nos quieren vender desde las esferas dominantes de la camorra periodística


Que Bayern, Madrid y Barsa se aprieten los machos, el cártel Simeone anda suelto y no cejarán en su empeño hasta que su Atleti culmine la vuelta a la gloria con un título de los que valen, de los de equipo grande. Neptuno aguarda con el ceño fruncido, su tridente afilado, sin relajar un solo músculo, echando humo por la cabeza y sangrando por los ojos.  

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