viernes, 12 de mayo de 2017

El Gran Gatsby



Tarde de Champions con los deberes hechos. Parecía un trámite pero enfrente estaban los soldados del Cholo Simeone, un ejército que no hace prisioneros, un equipo incansable, que siempre se levanta y que volverá a estar en la élite europea el año que viene, salvo que el Cholo se marche. 
El Atleti había preparado bien la emboscada, ambiente hostil, césped seco -totalmente lícito- para que no circulara el balón con fluidez y millones de amperios en ese centro del campo. Gabi, Saúl y Koke parecían amedrentar a los blancos y llegó el colapso. Dos goles en apenas quince minutos alimentaban de esperanza a las gargantas del Calderón, que se resquebrajaban con la pasión desmedida que la batalla y sus soldados merecían. Grada y jugadores en comunión,  la eliminatoria en un pañuelo. 

Entonces apareció alguien que de batallas sabe un rato. A los seis años vivió la Guerra de los Balcanes y, con unas espinilleras de madera, se hizo un hombre, antes de tiempo, agrietando paredes con un balón en las calles de Zadar. Hablamos de Luka Modric, un frasco de Chanel Nº5, capitán de este ejército de flores de madera. El croata rajó el guión atlético, entregó la partitura a sus compañeros y trajo la batalla a su terreno. 

El cielo se tornaba gris y las nubes empezaban a secuestrar el Calderón. La noche se ponía fea, como la indumentaria del Madrid, que bien parece un traje de buzo o de surfero más que una camiseta de fútbol. Una equipación que desfavorece a cualquiera que la lleve puesta salvo que te llames Karim Benzema y tengas magia en tus entrañas. Algo así como los vestidos azabache en los toreros, si no eres Morante de la Puebla. Siempre denostado por la opinión pública y los poderes de facto que mueven los hilos, que no soportan su carácter indolente y aletargado, eso y que sea el niño mimado de Florentino. Karim leyó el partido como Modric y se descolgó al otro costado en varias ocasiones y en una de ésas surgió una jugada de las que quedan para la historia, como la de Redondo en Old Trafford. Recibió pegado a línea de fondo, ajustó la pajarita de su esmoquin, burló a 3 excelsos defensores en un palmo de terreno y se fue por la vereda de la puerta de atrás. Regó la hierba de torería y adornó este escenario barroco con su fútbol de etiqueta negra. La jugada pasó por Kroos, Oblak e Isco hasta que tocó la red, pero el foco se centró en el francés. Una instantánea única e irrepetible. Isco fue hacia él y le hizo una reverencia, la que hacíamos todos en casa, arrodillados a una pulgada del televisor. Estrella sus coches de alta gama, se mete en follones con mujeres y compañeros de selección, desaparece del campo durante fases intranscendentes de la temporada pero así es el Gran Gatsby del fútbol, una orgía de arte y elegancia. 


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